viernes, 18 de septiembre de 2015

EL INCOMPRENSIBLE AMOR INCONDICIONAL DE DIOS... Y LA LUCHA ESPIRITUAL

El amor de Dios es eterno, infinito e incondicional. Dios nos ama y este es un hecho verdadero, total. No puedo hacer nada para que Él me ame más o me ame menos ni puedo hacer nada para "merecer" su amor. 

Aunque podemos aceptar esta VERDAD de modo intelectual, nuestra experiencia del amor humano es limitada, condicionada, imperfecta... por eso se nos hace, en cierto modo, incomprensible su Amor divino.
Sin embargo, aun cuando su amor es incondicional, Dios desea lo mejor para nosotros, por lo que no es indiferente al modo como elegimos vivir, a nuestras acciones. En su Sabiduría ha dispuesto lo que es mejor para nosotros y nos lo ha dicho en su Palabra, en los Mandamientos y, de modo actual, en la enseñanza apostólica y eclesial, que buscan iluminar nuestra conciencia, a menudo deformada por nuestros egoísmos y tendencias.
Dios no es "menos" Dios porque yo decida pecar, ignorarlo, rechazarlo... Quien se priva del mayor bien que es experimentar su Amor, soy yo mismo. 
Dios espera siempre a mi conversión de corazón, no para "amarme más", sino para que yo ya no ponga tantos obstáculos a su Amor. 
La acción del demonio y su enorme maldad aplicada a nosotros e incluso permitida hasta cierto punto por Dios y su Plan de Salvación, no es porque al maligno le interesemos, sino porque su intención es dañar a Dios, dañando a quienes Él ama.
No solo debemos enfrentarnos a nuestro propio egoísmo y naturaleza caída, sino también a la acción de este ser espiritual inteligente y sus secuaces, unos espirituales y otros, humanos. Nuestro combate es también contra fuerzas espirituales.
Vistas así las cosas, cómo podemos ir por la vida conformándonos con una experiencia mediocre del Amor de Dios y no buscar ese encuentro íntimo con Él siempre, cómo podemos ir por la vida sin buscar responder a su amor, cómo podemos pretender reducir el horizonte de nuestra vida a este mundo y a nuestras ocupaciones sin darle a Dios el tiempo, cómo podemos pretender triunfar sobre el maligno sin buscar fortalecernos siempre con la gracia de Dios...