La Iglesia católica ha caminado siempre con estas personas, amándolas, orando por ellas, proponiéndoles un camino de santidad.
El origen de estos sentimientos homosexuales es aún objeto de investigación y profundización. Muchos estudios sobre el tema han sido parciales llegando a conclusiones tendenciosas y "políticamente correctas". Lo que sí parece claro es que no es una condición que pueda atribuirse sin más a la genética. No existe un gen que condicione a los individuos en este sentido. Los estudios más serios parecen apuntar hacia situaciones, relaciones y percepciones unidas a un determinado tipo de hipersensibilidad que al darse ocasionarían la no identificación con el propio sexo y/o el desarrollo de una atracción hacia el mismo sexo. Por eso las corrientes terapéuticas que van en la búsqueda de estas situaciones y percepciones "originarias" tienen determinado grado de éxito al ayudar a la persona a entender por qué no se "siente" como los demás e incluso a dar pasos hacia una recuperación de las heridas. Por la misma razón, las terapias que se limitan a trabajar con la "culpa" o la "no aceptación" son, al menos, poco honestas con la condición de las personas. Inexplicablemente, el lobby LGTBI busca que esas terapias sean prohibidas, enarbolando imaginarios más propios de las cacerías protestantes de brujas en siglos pasados que de argumentos terapéuticos. El Catecismo de la iglesia se limita a decir que el origen permanece en parte inexplicado.
La condición de atracción al mismo sexo (AMS) es considerada por la Iglesia como "intrínsecamente desordenada" al no tender hacia el fin específico biológico de la sexualidad humana, al encontrar en las Sagradas Escrituras suficientes pasajes que hablan al respecto tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos y en la bimilenaria Tradición de la Iglesia. Sin embargo, dado que la AMS no es producto de un acto libre de la persona, sus sentimientos homosexuales no son "en sí mismos" materia de confesión, es decir, la persona que experimenta AMS no tiene que confesarse de esos sentimientos. Podríamos decir que su condición, aunque desordenada, no es "materia" de confesión, pero sí de un acercamiento en la dirección espiritual para ser ayudada a discernir en la fe de la Iglesia cuál es su propio camino de santidad.
Diferente valoración reciben los actos homosexuales, al afirmar el Catecismo que, como son actos cerrados a la procreación y no proceden de la complementariedad sexual y afectiva (hombre y mujer los creó), "no pueden recibir aprobación en ningún caso". En ese sentido, debemos recordar, que para quienes deciden seguir a Cristo con todas sus consecuencias, todo acto sexual fuera del matrimonio religioso o artificialmente cerrado a la vida es contrario al orden moral y se considera pecaminoso.
Entonces surge una cuestión que considero muy importante: una persona no elige tener AMS pero sí es capaz con la gracia de Dios de decidir cómo debe vivir. Es decir, no es responsable de lo que siente, pero sí de lo que hace con lo que siente. La Iglesia entonces le propone el difícil camino de la santidad (vocación común a todo bautizado) y le dice que puede y debe aspirar a la santidad. Les pide ofrecer sus sufrimientos y dolores y su castidad (misma castidad que pide a todos los no casados por la Iglesia) y les propone una plena vida sacramental, les recomienda contar con la ayuda de amistades verdaderas que les ayuden a seguir por el camino del discípulado.
Y creo que en ese sentido, debemos crecer como comunidades de acogida, en las que una persona pueda expresar su condición de AMS a su comunidad, grupo, apostolado y pedir que la comunidad lo ayude a vivir en castidad, sintiéndose amado y aceptado, valorado y aconsejado, reconciliado y animado por la gracia de los sacramentos.
Urge el testimonio de estos hombres y mujeres que le creen a Cristo y que asumen con valentía su condición de AMS, abrazándola como una cruz y decididos a llevarla con Cristo dentro de la Comunidad de Discípulos que es la Iglesia.
Deberán ser fuertes y no luchar solos, porque el mundo los odiará por su fe y valentía.