Lo primero fue llegar a la Puerta de Bronce para revestirnos y poder concelebrar con el Santo Padre. Un gran número de hermanos sacerdotes, de muchas partes del mundo y con diferente visión de muchas situaciones, pero hermanados por la vocación.
La segunda fue el regaño que uno de los guardias dirigió a un sacerdote italiano que, quizá demasiado entusiasmado, quiso buscar un lugar más cercano para "ver mejor" la ceremonia. El guardia con voz firme lo regresó a su lugar diciéndole "la misa no es un espectáculo para ver, sino un misterio para vivir"... Fortísima y verdaderísima frase.
Otro punto que llamó mi atención, fue que la imagen de "Joselito" estaba exactamente encima de la puerta por la que debimos salir todos los concelebrantes. Un padre que estaba a mi lado me lo hizo notar. Para mí fue un gran mensaje, pues en esas misas nada es improvisado: "todos ustedes, sacerdotes y obispos deben estar dispuestos como este pequeño santo, a dar la vida en la fidelidad a Cristo y a la Iglesia frente a los poderes del mundo".
Un momento que me conmovió en lo profundo fue la breve lectura de su biografía y la entrada de la reliquia del ahora santo, de manos de un adolescente zamorano y del actor que interpretó a José en la película "La Cristiada". Reconozco que se me apachurró el corazón y me salieron las lágrimas. Por mi mente pasaron las imágenes de muchísimos Jóvenes Fuertes en la FE, como Joselito... pero también las de muchísimos más que, siendo católicos, se han acomodado al mundo y para los cuales el heroísmo al que estamos llamados todos los creyentes y especialmente los jóvenes, les suena a "fanatismo" y exageración y se conforman con ser camaleones en la fe. Lágrimas por todos ellos y por mi tan débil búsqueda de la santidad. Y me puse a orar con fe, por intercesión de San José Luis Sánchez del Río, para que surgiera una nueva primavera vocacional de laicos, religiosos y muchísimos sacerdotes jóvenes y santos, dispuestos a enfrentarlo todo por amor a Cristo, a dar su vida en fidelidad y alegría, confiados en el Cielo prometido a los que "laven sus túnicas en la Sangre del Cordero" en esta gran persecución contra la Iglesia, persecución nueva pero, al mismo tiempo, la misma de hace siglos.
Y, ya para terminar, la cereza del pastel, fue la posibilidad de estrechar y besar la mano del Papa Francisco al que le pedí que bendijera a la Iglesia y a las vocaciones en Yucatán.