domingo, 16 de octubre de 2016

Un nuevo santo

El día de hoy tuve la oportunidad de estar en la misa en la que se canonizó a José Luis Sánchez del Río, jovencísimo mártir mexicano.
Lo primero fue llegar a la Puerta de Bronce para revestirnos y poder concelebrar con el Santo Padre. Un gran número de hermanos sacerdotes, de muchas partes del mundo y con diferente visión de muchas situaciones, pero hermanados por la vocación.
La segunda fue el regaño que uno de los guardias dirigió a un sacerdote italiano que, quizá demasiado entusiasmado, quiso buscar un lugar más cercano para "ver mejor" la ceremonia. El guardia con voz firme lo regresó a su lugar diciéndole "la misa no es un espectáculo para ver, sino un misterio para vivir"... Fortísima y verdaderísima frase.
Otro punto que llamó mi atención, fue que la imagen de "Joselito" estaba exactamente encima de la puerta por la que debimos salir todos los concelebrantes. Un padre que estaba a mi lado me lo hizo notar. Para mí fue un gran mensaje, pues en esas misas nada es improvisado: "todos ustedes, sacerdotes y obispos deben estar dispuestos como este pequeño santo, a dar la vida en la fidelidad a Cristo y a la Iglesia frente a los poderes del mundo".
Un momento que me conmovió en lo profundo fue la breve lectura de su biografía y la entrada de la reliquia del ahora santo, de manos de un adolescente zamorano y del actor que interpretó a José en la película "La Cristiada". Reconozco que se me apachurró el corazón y me salieron las lágrimas. Por mi mente pasaron las imágenes de muchísimos Jóvenes Fuertes en la FE, como Joselito... pero también las de muchísimos más que, siendo católicos, se han acomodado al mundo y para los cuales el heroísmo al que estamos llamados todos los creyentes y especialmente los jóvenes, les suena a "fanatismo" y exageración y se conforman con ser camaleones en la fe. Lágrimas por todos ellos y por mi tan débil búsqueda de la santidad. Y me puse a orar con fe, por intercesión de San José Luis Sánchez del Río, para que surgiera una nueva primavera vocacional de laicos, religiosos y muchísimos sacerdotes jóvenes y santos, dispuestos a enfrentarlo todo por amor a Cristo, a dar su vida en fidelidad y alegría, confiados en el Cielo prometido a los que  "laven sus túnicas en la Sangre del Cordero" en esta gran persecución contra la Iglesia, persecución nueva pero, al mismo tiempo, la misma de hace siglos.
Y, ya para terminar, la cereza del pastel, fue la posibilidad de estrechar y besar la mano del Papa Francisco al que le pedí que bendijera a la Iglesia y a las vocaciones en Yucatán.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Nadie "elige" ser homosexual

En el acompañamiento como sacerdote a algunas apreciadísimas personas que tienen la valentía de compartirme sus sentimientos de atracción hacia su mismo sexo, uno constata una fuerte realidad: nadie "elige" ser homosexual. Por eso el término "preferencias" resulta tan ambiguo, porque parece indicar que la persona es capaz de "preferir" esto en vez de aquello. Bueno, no es así.
La Iglesia católica ha caminado siempre con estas personas, amándolas, orando por ellas, proponiéndoles un camino de santidad.
El origen de estos sentimientos homosexuales es aún objeto de investigación y profundización. Muchos estudios sobre el tema han sido parciales llegando a conclusiones tendenciosas y "políticamente correctas". Lo que sí parece claro es que no es una condición que pueda atribuirse sin más a la genética. No existe un gen que condicione a los individuos en este sentido. Los estudios más serios parecen apuntar hacia situaciones, relaciones y percepciones unidas a un determinado tipo de hipersensibilidad que al darse ocasionarían la no identificación con el propio sexo y/o el desarrollo de una atracción hacia el mismo sexo. Por eso las corrientes terapéuticas que van en la búsqueda de estas situaciones y percepciones "originarias" tienen determinado grado de éxito al ayudar a la persona a entender por qué no se "siente" como los demás e incluso a dar pasos hacia una recuperación de las heridas. Por la misma razón, las terapias que se limitan a trabajar con la "culpa" o la "no aceptación" son, al menos, poco honestas con la condición de las personas. Inexplicablemente, el lobby LGTBI busca que esas terapias sean prohibidas, enarbolando imaginarios más propios de las cacerías protestantes de brujas en siglos pasados que de argumentos terapéuticos. El Catecismo de la iglesia se limita a decir que el origen permanece en parte inexplicado.
La condición de atracción al mismo sexo (AMS) es considerada por la Iglesia como "intrínsecamente desordenada" al no tender hacia el fin específico biológico  de la sexualidad humana, al encontrar en las Sagradas Escrituras suficientes pasajes que hablan al respecto tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos y en la bimilenaria Tradición de la Iglesia. Sin embargo, dado que la AMS no es producto de un acto libre de la persona, sus sentimientos homosexuales no son "en sí mismos" materia de confesión, es decir, la persona que experimenta AMS no tiene que confesarse de esos sentimientos. Podríamos decir que su condición, aunque desordenada, no es "materia" de confesión, pero sí de un acercamiento en la dirección espiritual para ser ayudada a discernir en la fe de la Iglesia cuál es su propio camino de santidad.
Diferente valoración reciben los actos homosexuales, al afirmar el Catecismo que, como son actos cerrados a la procreación y no proceden de la complementariedad sexual y afectiva (hombre y mujer los creó), "no pueden recibir aprobación en ningún caso". En ese sentido, debemos recordar, que para  quienes deciden seguir a Cristo con todas sus consecuencias, todo acto sexual fuera del matrimonio religioso o artificialmente cerrado a la vida es contrario al orden moral y se considera pecaminoso.
Entonces surge una cuestión que considero muy importante: una persona no elige tener AMS pero sí es capaz con la gracia de Dios de decidir cómo debe vivir. Es decir, no es responsable de lo que siente, pero sí de lo que hace con lo que siente. La Iglesia entonces le propone el difícil camino de la santidad (vocación común a todo bautizado) y le dice que puede y debe aspirar a la santidad. Les pide ofrecer sus sufrimientos y dolores y su castidad (misma castidad que pide a todos los no casados por la Iglesia) y les propone una plena vida sacramental, les recomienda contar con la ayuda de amistades verdaderas que les ayuden a seguir por el camino del discípulado.
Y creo que en ese sentido, debemos crecer como comunidades de acogida, en las que una persona pueda expresar su condición de AMS a su comunidad, grupo, apostolado y pedir que la comunidad lo ayude a vivir en castidad, sintiéndose amado y aceptado, valorado y aconsejado, reconciliado y animado por la gracia de los sacramentos.
Urge el testimonio de estos hombres y mujeres que le creen a Cristo y que asumen con valentía su condición de AMS, abrazándola como una cruz y decididos a llevarla con Cristo dentro de la Comunidad de Discípulos que es la Iglesia.
Deberán ser fuertes y no luchar solos, porque el mundo los odiará por su fe y valentía. 

lunes, 4 de julio de 2016

La fe se propone, no se impone

Gracias a un artículo que alguien muy cercano me hizo llegar, he tenido la oportunidad de reflexionar sobre un punto importante: la fe se propone, no se impone.
Y es que, cuando uno ve el tsunami ideológico que se nos viene encima y las inevitables consecuencias que se avecinan (y que ya son realidad en muchos países), uno siente una enorme preocupación, por las personas que se confundirán, por las familias que se destruirán, por los crecientes obstáculos que se impondrán a la fe, por la persecución que se avecina en nuestro amado México, por el riesgo de condenación de muchas almas a quienes el sistema buscará impedir que conozcan al Dios verdadero o que se cuestionen si su manera de vivir y de "amar" es conforme o no a lo que Dios quisiera de ellos...
Cuando, además, uno lee los omnipresentes insultos y descalificaciones a la Iglesia, las falsas acusaciones de "discurso de odio" dirigidas con evidente y poco controlada cólera y la ausencia de argumentos serios y razonados por parte de personas que parecen solo poder repetir argumentos instalados por la mercadotecnia del sistema...
Uno comienza a convertirse en defensor de las familias y a querer desenmascarar el sistema y alertar de sus consecuencias. Pero constata el fracaso de estas alertas y la pobreza de recursos ante la avalancha mediática y la programación mental de las masas. En ese momento, tengo que recordar con humildad que no soy el Redentor, que Jesús ya ha venido y nos ha hecho posible la salvación, pero que esta salvación tiene que ser aceptada libremente por cada individuo. Si todos estuviéramos profundamente enamorados de Dios y diéramos ese testimonio entusiasta y alegre, al mismo tiempo que firme y coherente, es posible que más personas pudiesen darse cuenta del profundo y eterno amor que Dios les tiene y la llamada a la conversión que surge de la auténtica misericordia... Esto haría posible que más personas pudiesen llegar a salvarse.
La fe en Cristo no puede transformarse en ideología y ponerse al tú por tú con esas ideologías que son solo edificaciones humanas, la fe en Cristo no puede olvidar que los métodos de Jesús tienen que ser nuestros métodos, la fe en Cristo tiene que recordar siempre que el Mesías nos redimió muriendo en la Cruz, la fe en Cristo no puede dejar de lado el hecho de que Cristo ya ha vencido al mundo y que Él es el Señor de la Historia y que el Maligno nunca tendrá la posibilidad de triunfar definitivamente.
Por eso, como creyente en Cristo intento hacer mis opciones personales y ser coherente. Procuro hablar a tiempo y a destiempo de Jesús. 
Pero creo que debo renovar mi confianza y mi alegría, entender que la fe es un don, aún cuando sea lo mejor que a cualquier persona le podría pasar y que me muera de ganas de que todos experimenten la salvación de Dios. Aún cuando quiera que todos los hombres y mujeres se salven... Es muy poco lo que yo puedo hacer, además de dar testimonio, de organizar acciones pastorales y vocacionales, de animar a los laicos a organizarse y hacerlo por amor a las demás personas y, por supuesto de orar y ofrecer sacrificios espirituales. A fin de cuentas, débiles instrumentos de Dios, la salvación es Obra suya.

domingo, 13 de marzo de 2016

QUÉ ES LA INDULGENCIA PLENARIA. Interesante nota del Padre Jorge Laviada

¿QUE ES LA INDULGENCIA PLENARIA? 
Transcribimos la explicación redactada por el padre Jorge Laviada Molina: Con motivo del Año de la Fe, el Papa dispuso que se pueda ganar la indulgencia plenaria si se cumplen las condiciones que se establecen para ello. 
Para aprovechar esta oportunidad de crecer en nuestra fe y recibir la gracia de Dios, conviene aclarar en qué consiste el don misericordioso de Dios en la Iglesia al que conocemos como indulgencia plenaria, ya que existen entre los fieles muchas dudas e imprecisiones en el modo de entender el tema.
Antecedentes.— Para comprender la doctrina y el sentido de las indulgencias en la vida de los discípulos de Jesús, debemos recordar que “los pecados dejan heridas y consecuencias negativas en todo el conjunto de nuestra vida. En concreto, el pecado mortal genera una doble consecuencia: el castigo eterno (conocido como culpa) y el castigo temporal (conocido como pena). Por otra parte, todo pecado, incluso venial, tiene como consecuencia la pena o castigo temporal. 
La culpa hace al pecador merecedor del infierno y se perdona con la absolución en el Sacramento de la Confesión. La pena, en cambio, no desaparece con la absolución, sino que, la persona que ya ha recibido el perdón de sus pecados, puede reducir, o incluso, liberarse completamente de la pena con actos de reparación, obras de piedad, sacrificios y/o mortificaciones, obras de misericordia y la indulgencia parcial o plenaria.
Quien muere sin haber enmendado por completo la pena correspondiente a sus pecados ya perdonados (consecuencia temporal de sus actos malos), se purificará en el purgatorio. Por eso el Derecho Canónico explica que la Indulgencia Plenaria es: “la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia”.
Un ejemplo puede ayudar: Para ayudar a la comprensión de este tema se suelen usar algunos ejemplos: Podemos comparar a una persona recién bautizada con una tabla de madera. Cada vez que cometemos un pecado clavamos un clavo en la tabla, lastimándola y dejando un pedazo de metal inserto en ella. 
Dios en su infinita misericordia nos da la oportunidad de retirar ese clavo, a través del sacramento de la Confesión. Cada vez que nos confesamos, dejamos nuestra tabla libre de clavos, sin embargo, el agujero que deja el clavo se mantiene en nuestra tabla. Es posible que hoy nuestra tabla esté llena de agujeros. La indulgencia plenaria es la acción de Dios en una persona bien dispuesta que restaura la madera dejándola en su estado de perfección inicial.
Como puede apreciarse en la comparación, la tabla de madera es nuestra vida, los clavos son la culpa producida por el pecado y los agujeros representan la pena. Así pues, la indulgencia plenaria es un acto de la misericordia de Dios, por medio de la Iglesia, que libera completamente al hombre de la pena temporal consecuencia de sus pecados.
Ahora bien, hay que tener cuidado de no confundir la Indulgencia plenaria con una acción mágica y que sustituya la confesión, ya que para obtener el perdón de los pecados se necesita del Sacramento; la indulgencia sólo nos libera de la pena temporal de los pecados ya confesados. Por otro lado, para recibir válidamente la indulgencia es indispensable estar en estado de gracia (haberse confesado) y cumplir con las indicaciones que da la Iglesia.
Hace muchos siglos, además de las condiciones habituales para recibir la indulgencia se llegó a pedir un donativo económico o en especie a modo de limosna, para recibir esta gracia, lo que dio lugar a algunos abusos, y por consiguiente, a ideas erróneas sobre la indulgencia y la acción de la Iglesia.
Los conflictos, malas interpretaciones y abusos surgidos de la vinculación de limosnas a la recepción de la indulgencia motivaron a la Iglesia a desvincular esta práctica de misericordia de cualquier aportación económica. Hoy los bautizados nos disponemos para recibir “la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados”, mediante obras de piedad y caridad; de manera que no solo seguimos teniendo al alcance las indulgencias sino que, al hacerlo, con seguimos un crecimiento en nuestra vida cristiana.
¿Lucrar o recibir? En el lenguaje tradicional eclesiástico se habla de “lucrar las indulgencias”; el sentido de la expresión es “recibir la gracia ofrecida al cumplir unas condiciones”, entendiendo que, para que este beneficio se realice en quien lo solicita, debe darse una adecuada disposición.
Ahora bien, al facilitar la Iglesia el acceso a las indulgencias también quiere fortalecer el compromiso cristiano por ser santos, ya que en el corazón de quien cumple los requisitos debe haber un verdadero deseo de conversión y un firme rechazo del pecado, de tal manera que los beneficios obtenidos no sólo se vean como un “borrón y cuenta nueva”, sino como una perfecta reconciliación obrada por Dios y la firme determinación de vivir con alegría al estilo de Jesucristo.
Esto lo explica claramente el Papa Pablo VI: “El fin que se propone la autoridad eclesiástica en la concesión de las indulgencias consiste no sólo en ayudar a los fieles a lavar las penas debidas, sino también incitarlos a realizar obras de piedad, penitencia y caridad, especialmente aquellas que contribuyen al incremento de la fe y del bien común”. 
Es importante tener en cuenta que además de cumplir con las condiciones establecidas, el fiel debe rechazar todo afecto al pecado, incluso venial. Además, al poder ganar las indulgencias a favor de los difuntos, encontramos la oportunidad de ejercer la caridad en pro de nuestros hermanos ya fallecidos.